martes, 25 de febrero de 2025

Música de las plantas: La revelación de una nueva forma de comunicación.

¿Es esta búsqueda una necesidad antropocéntrica,

una proyección zoomórfica de nuestra comprensión del mundo,

o acaso es la revelación de una nueva forma de comunicación?

El alba despuntó con un Mi grave, un susurro vibrante que emergió del tejido vivo de la planta.
Eran las 8 de la mañana y, en la penumbra de la primera luz, la naturaleza ya comenzaba su composición del día. En este vasto mundo donde el verde es partitura y la tierra es escenario, nos sumergimos en un paisaje sonoro invisible, un entramado de vibraciones y frecuencias que desafían nuestra percepción convencional.


A medida que el sol ascendía, la planta modulaba su discurso eléctrico.
Aparecía un Mi incipiente, luego un Fa titilante, como si respondiera a la caricia de la luz en sus hojas.
Era una conversación viva, una dialéctica de voltajes y silencios donde cada cambio de intensidad
revelaba un matiz emocional que hasta ahora nos era inaccesible.

El sonido de las plantas no se limita a lo audible, sino que se filtra a través de descargas eléctricas
imperceptibles, un flujo de información que se despliega en un lenguaje misterioso.
Al estudiar estos cambios, descubrimos que las plantas no sólo emiten ondas electromagnéticas,
sino que también hablan en la química del aire.
Sus mensajeros invisibles, compuestos orgánicos volátiles, forman un léxico vasto y enigmático.
Si el ser humano promedio utiliza entre 300 y 500 palabras en su conversación diaria,
las plantas superan con creces este límite con su rica paleta de señales químicas y eléctricas. Hablan con el tacto de la brisa, responden a la gravedad, dialogan con la humedad, coreografían sus respuestas a la luz. Son un organismo sináptico expandido, un sistema nervioso sin cerebro, una orquesta sin director.

El desafío de transducir estos impulsos a sonidos audibles y convertirlos en una experiencia musical nos coloca frente a una pregunta fundamental: ¿Es esta búsqueda una necesidad antropocéntrica, una proyección zoomórfica de nuestra comprensión del mundo, o acaso es la revelación de una nueva forma de comunicación? La interpretación de sus potenciales de acción eléctrica nos permite entrever la esencia de su lenguaje, una sintaxis sin palabras, un alfabeto de vibraciones.

A medida que el día avanza, la música cambia. En la marea de impulsos y descargas, en la sinuosidad de los campos eléctricos que fluyen entre sus células, descubrimos que no estamos tan separados. La vida, ya sea animal, vegetal o microbiana, pulsa con la misma esencia comunicativa.

Entonces, si los mensajes eléctricos y químicos son un lenguaje universal, ¿por qué nos resulta tan difícil entenderlo? Tal vez porque nos hemos limitado a escuchar sólo con los oídos, cuando la verdadera comprensión requiere una inmersión más profunda, una escucha que abarque todo el ser.

La sinfonía de las plantas nos invita a ensanchar nuestros sentidos y a abandonar la idea de que la comunicación debe tener forma humana para ser legítima. Nos desafía a imaginar, a sentir, a traducir.

Y así, en la brisa de la tarde, la planta nos regala su última nota del día: un susurro eléctrico que vibra en la resonancia del universo. Nos deja con la certeza de que la música oculta de las plantas está allí, esperando ser descubierta por quienes estén dispuestos a escuchar más allá del sonido.

Huerto del Sonido(c)Julio Sanz Vázquez